Hoy tengo tiempo.

Es domingo por la tarde y me pongo a pensar en el tiempo. Domingo de febrero, el tiempo está malo, pero es lo normal… y no es ese el tiempo en el que pienso. Tarde en que se va haciendo tarde, con el tempo ralentizado que caracteriza al día.

Era ese tiempo, esa cosa indefinible, en el que pensaba. No, cosa no, porque por más que se comporte como un líquido que se nos escapa entre los dedos no lo es. Volátil sí, sin embargo: no hay quien lo retenga, por más que te enfrasques.

Y como otras muchas cosas es algo que sólo echamos de menos cuando nos falta, cuando somos jóvenes y tenemos la cuenta corriente llena tenemos tiempo hasta para aburrirnos. Vaya! otra vez me sale que es una cosa, si fuera una cosa habría alguna forma de comprarlo, aunque fuera a costa de dejar a los más pobres sin él, como hacían en aquella película. Conque mejor así, repartido.

El gran Dalí dibujó los relojes blandos creo que simbolizando el “escurrirse” del tiempo.

Sucesión de momentos. Esta es una buena definición. Buenos, malos, neutros. Tantos momentos que se nos van perdiendo en el fondo de la memoria. Memoria que se va volviendo perezosa, como una tarde de domingo, y a veces nos priva de revivir (re disfrutar) algunos de esos buenos momentos. También hay que decir en favor de esta perezosa que a veces nos ahorra el re sufrir ciertos malos momentos.

“Tempus fugit”, el tiempo escapa, decían los latinos. Es conveniente disfrutarlos: tú que me lees, disfruta también de esta tarde, carpe diem.

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