Empatía.

    Se está hablando estos días de la empatía. Se define habitualmente como la capacidad de ponerse en el lugar de otra persona, de sentir su dolor o disfrutar de su alegría.

    Esto es una simplificación, claro, esta definición, para la psicología, ignora algunos detalles. Hay tres grados básicamente de empatía, tres formas de empatizar.

    La empatía nula, esto es, la absoluta ignorancia hacia los demás.

    La empatía definida más arriba, la de la mayoría, el preguntarse qué sentiría yo en esas circunstancias, cómo viviría yo esa situación.

    Y el tercer nivel, aquí solo la gente especial, la competencia máxima en la empatía: La capacidad de sentir como si se fuese la persona que tengamos delante las circunstancias que ésta está viviendo. Este nivel se encuentra sólo al alcance de alguien muy capacitado, con una gran sensibilidad.

    Si nos centramos en el segundo nivel, digamos estándar, es el que la mayoría tenemos. Por arte de magia, sin necesidad de que alguien nos describa su emoción, podemos conocerla y compartirla. La información nos llegará a través del lenguaje no verbal, el gesto, la postura, el llanto, la sonrisa, … seguramente de forma inconsciente. Incluso sin ver, sólo con imaginar cómo lo están pasando las víctimas de determinada catástrofe, de cierta guerra,... o de cierto éxito, por qué no.

    Casi todas y todos podemos alcanzar este nivel. Pero, ¿nos lo permitimos?

        Cómo me sentiría yo si mi hija se viese denigrada, menospreciada o abusada sólo por eso, por ser mujer? Cómo se siente la madre que no puede alimentar a su hijo y ve cómo  su salud se deteriora sin poder hacer nada?

   Ahora la pregunta: si la mayoría contamos con un grado de empatía tal que permite que (en mayor o menor grado) podamos sentir lo mismo que aflige o emociona a otra persona, ¿por qué en nuestro fuero interno pensamos, creemos, casi sabemos que la empatía es algo que se ha perdido en la sociedad?

 La prisa, el miedo a “contagiarnos” del dolor de los demás (bastante tengo con lo mío), el miedo a ser estafados por alguien aquejado de un dolor fingido, … Hay muchas respuestas para esa pregunta, pero todas apuntan a que el otro o la otra se nos vuelven transparentes. Me recuerda a Phil Collins en su canción "Another day in paradise" (otro día en el paraíso), o a Sting en"Russians".

    Empatía tenemos, pero, ¿la sabemos ignorar? 



    Aquí puedes oír a Phil Collins:  Another day in paradise

    Y aquí a Sting:  Russians

 

 

 

 

 

 

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