¿El buey solo bien se lame?
Cuántas veces oímos aquello de que “yo no necesito ayuda, puedo resolver este problema por mi cuenta”. En ocasiones llevado al extremo negando, incluso, la existencia misma de este problema.
O “no me fio de los/as loqueros/as” o “son sólo unos/as comecocos”. Hay quien se nos imagina con un gran cucharón dándole vueltas a un caldero humeante.
Estos argumentos nos resultan un poco hirientes, somos profesionales con una larga formación, comúnmente aderezada por decenas de cursos, talleres, terapia personal, …
Podemos y sabemos justificarlos como una resistencia ante el esfuerzo que puede suponer abrirse a una terapia psicológica del tipo que sea. Y es lógico por dos razones:
1. Una terapia consiste en “desnudarse”, quitarse todos los disimulos, subterfugios, maquillajes, todos los métodos de esconder (se) la realidad.
2. Cuanto más viejo es un árbol torcido más difícil resulta enderezarlo. Afortunadamente, y a diferencia de los árboles, sí que se pueden “enderezar” los problemas psicológicos por viejos que sean, eso sí, a costa de mucho más esfuerzo.
En el extremo opuesto están quienes acuden pidiéndonos ayuda y esperando una pócima, “una llave maestra”, en fin, una “pastilla” para la felicidad. Buscan una solución que no conlleve ningún esfuerzo por su parte, aunque sea un poco amarga, la píldora que con sólo tragarla ya esté todo resuelto.
¿Cómo explicarle a quienes no “creen” en nuestra profesión, nuestra profesionalidad y nuestra dedicación a la Psicología que somos las personas adecuadas para ayudarles a encontrar el camino hacia su bienestar?
Siempre digo que yo no tengo, nadie la tiene, la solución a los problemas de nadie (aún de los míos), lo máximo que podemos ofrecer es la ayuda para encontrar en qué bolsillo la tiene quien nos la pide. En muchos casos es la pereza de andar por los bolsillos rebuscando, en otros el miedo a encontrar un cepo que atrape la mano, en otros el puro miedo a encontrar esa solución que se estaba buscando... sin quererla encontrar.
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